domingo, 19 de septiembre de 2021

Divinity: Original Sin - El RPG de pasarlo bien

Aunque se anuncia como un RPG "con libertad de papel y lápiz", se equivocará quien piense en Original Sin como un título de corte simulacionista. De hecho, la principal característica de este juego respecto a otros del género es su enfoque en la diversión. Sí, diversión. En un RPG occidental.

Entré esperando decantarme por una u otra facción, resolver así o asá según qué cometido y, bueno, worldbuilding a saco y "choice & consequence" en general. Qué sorpresa cuando me veo hablando con animales, cuando intento pasar desapercibido disfrazándome de roca o arbusto, cuando consigo teletransportarme a un sitio aparentemente inaccesible pensando que he logrado abusar del sistema, cuando cometo allanamiento de morada a base de forzar cerraduras (o directamente reventar puertas, ups), cuando destino puntos de habilidad a robar para, ejem, robar (y luego usar el teletransporte para salir pitando). Y, sobre todo, cuando me percato de que nada de esto es puntual ni casual, sino que se trata de sistemas bien definidos que le acompañarán a uno durante toda la aventura. Sin tutorial alguno que los enseñe, tan solo la curiosidad del jugador para descubrirlos y aprovecharlos.

Claro que el videojuego iba a tener multijugador (resolviendo discrepancias a piedra-papel-tijera), claro que iba a estar plagado de chistes de principio a fin, y claro que su sistema de combate (uno de los mejores combates por turnos de la historia) apostaría por un énfasis en las físicas y sería un caos de habilidades y estados alterados. Todavía hay quienes se extrañan al comprobar todo esto, pero no podría haber mayor coherencia detrás. Probar, equivocarse, reír. Pasarlo bien. No hay elemento en Original Sin que no apunte en esa dirección.

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Nada más comenzar el juego, apenas terminado el tutorial y tras entrar en la primera ciudad, mi amigo y yo nos dirigimos al cementerio local en busca de pistas para resolver un crimen. Allí conocemos a Murphy, un perro muy simpático que nos dice venir a olisquear a su difunto dueño (¡que siempre olía muy bien!). Mi amigo tiene una pala y decidimos, por qué no, profanar un par de tumbas a ver si encontramos algo entre los difuntos. Procedemos a cavar y de donde esperábamos encontrar un cadáver se levanta un zombi. El bueno de Murphy, noble perrete él, acude en nuestra ayuda y se une al combate. Lo que pasa es que el zombi nos saca unos cuantos niveles y ni siquiera sabemos pelear apropiadamente, así que intentamos darnos a la fuga, traicionando la valentía del pobre Murphy, que es asesinado en un santiamén. Ahora el zombi nos persigue, saliendo del cementerio y adentrándose en la ciudad tras nuestros pasos hasta que nos topamos con dos soldados de patrulla que, al ver la situación, entran en combate y se enfrentan al zombi. Finalmente, con su ayuda, logramos derrotarlo. DEP Murphy, el perrito valiente.

Esta es la clase de encuentros que el juego propicia. Junto a épicos combates contra todo tipo de criaturas, por supuesto. Diría que fue nuestra primera toma de contacto con lo que el título tiene que ofrecer, pero en realidad hubo otra anterior en que nos hallamos rodeados por medio pueblo y no para invitarnos a comer, precisamente. Esa mejor no la cuento.



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