sábado, 15 de octubre de 2016

El músico que ganó el Nobel de Literatura


Como alguien que piensa que Dylan es el mejor en lo suyo*, es decir, el mejor en esto que llamamos música, y tendríamos que retroceder hasta Bach o Beethoven para comparar en alcance y cantidad de obras maestras (comparación que yo desde luego no haré, por la enorme brecha que los separa y por mi desconocimiento en materia de música culta, que no oculto), quiero decir que expresar con palabras por qué un disco o canción son buenos es muy distinto a hacer lo propio sobre un cuadro, un libro o una película. La música funciona de otra manera, es un lenguaje diferente, más alejado de las palabras que la mayoría, y eso se nota enseguida leyendo crítica musical, la más difícil de elaborar y la que menos alcanza a revelar sobre aquello que aborda. Podría argumentarse que esto es debido a nuestra escasa formación; la educación musical que se imparte en los colegios, después de todo y aunque algo ayuda, no da para que alguien comprenda y aprecie el talento de Dylan (o de tantos otros). Eso, me temo, es tarea de la sensibilidad y el criterio, que pueden fraguarse pero no en todos y no tan fácilmente. Una persona con estudios de conservatorio puede saberlo todo de teoría musical, alguno incluso contar con un oído excepcional, y eso no significará que sepa distinguir un truño de una obra maestra. Porque lo técnico y lo estético no son lo mismo. 

Bob Dylan ha sido galardonado con el Nobel de Literatura 2016, y lo visto a continuación se resume en unos situándose en contra para otros salir en su defensa. Ocurre que no hay Nobel de música y a Dylan tenían que darle uno rapidito, que está viejo, y dudo que con el de química hubiese colado. Puede sonar esto a chapuza o falta de seriedad, pero basta con echar un vistazo a anteriores nobeles de la paz (todavía escuecen los recientes galardones a Obama y la Unión Europea, por citar ejemplos conocidos) para volver a este y pensar que, oye, tampoco es tan descabellado: el artista más versionado de nuestra era, probablemente de la historia, renovador de la escena folk y revolucionario de la música rock. Y en todo ello han jugado un papel fundamental sus letras, que forman parte de ese legado. Teniendo en cuenta, además, el impacto cultural que ha supuesto esa parte de la música popular que es el rock a lo largo y ancho del globo, no es hipérbole afirmar que Dylan ha contribuido a la difusión y metamorfosis del folclore norteamericano, que hoy día es el más expandido del mundo, le duela a quien le duela. Ahora bien, explicar por qué el señor Zimmerman en particular es tan bueno resulta complicado, y lo poquito que podría llegar a decir posiblemente no serviría para hacer comprender a otros de lo que hablo. Eso yo, que me conozco bien su obra (treinta y largos discos de estudio y alguna cosa más). Otros repetirán las obviedades de siempre y proseguirá el círculo de nadería. Y otros se esforzarán rigurosamente y no serán escuchados.


Lo que me alegra del Nobel es que gracias a él muchos se acercarán a la obra del de Minnesota, algo que en mi opinión hace mucha falta porque es un autor disparatadamente malentendido, encasillado a menudo como folkie o cantante protesta y del que solo parece existir su primera etapa (parcialmente, para colmo, pues ni siquiera esta se conoce bien fuera de círculos de fans y entendidos). Es muy fácil defender Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde como trabajos revolucionarios cuando lleva décadas repitiéndose, o escuchar hits como Blowin' in the Wind, The Times They Are a-Changin' y otros tantos y sentenciar sin conocimiento de causa que "Dylan es un maestro", pero no veo a mucha gente hablar de sus trabajos posteriores a los 60, que son casi toda su carrera. Ya no era novedad, claro. ¿Qué más da si ha seguido haciendo obras maestras? ¿Y qué más da si algunas de las mayores las ha grabado en este siglo? A nadie le importa. Ya no forma parte de algo, ya no se le puede encasillar en ninguna ola, ya quedó como reliquia viviente para el resto del mundo, que solo parece interesarse por su figura como icono para el imaginario colectivo. Mientras tanto, Robert Allen Zimmerman continúa inalterable, haciendo lo que siempre hizo, caminando su senda propia y tan solo como cuando empezó, acaso con mayor fama e incomprensión. Y sin descanso seguirá componiendo y grabando, apartado de expectativas, modas y tendencias, hasta el día en que se le agote la vida. 

Si entendemos que la poesía puede hacerse con más que palabras, qué menos que celebrar a un autor tan extraño y genial, venga el viento de donde venga.


* Aunque en mi podio personal figura el Neil Young joven, cuestión de afinidades muy marcadas.