sábado, 5 de noviembre de 2016

One Punch Man: otra flipada con disfraz

Dos años o más sin ver una sola serie anime, porque ya sabéis qué opino de ellas en general, para acabar arrastrado a One Punch Man. Unos hablaban de parodia y otros de deconstrucción, unos de comedia y otros de acción, y con tantos avatares del calvito tentándome por la red no quedó sino saciar la curiosidad. Porque eran doce capítulos, claro, o los dos años hubiesen sido tres y contando.


Que no os engañe la alopecia del prota, One Punch Man es otra fantasía falocéntrica del subgénero yo-la-tengo-más-grande cuyo máximo propósito es empalmar al espectador y que, por el hecho de contar con un protagonista cómico que rechaza frontalmente algunos clichés del género (no todos), a menudo es confundida por algo que no es. Comprendo a quienes tras el primer capítulo piensen en parodia o deconstrucción, pero poco tarda la narración en destapar sus colores y dejar claro que la fórmula está más cerca de Dragon Ball Z que de Bobobo. Llegada a su ecuador, la serie ha derivado tanto hacia la hipérbole de poder y los piques de superioridad que no cabe atisbo de duda: es Otro Shonen™, y el énfasis en la espectacularidad de las batallas (y en los luchadores, su fuerza y habilidades) lo confirma. La intro ya lo avisa: esto va de fliparse. El careto y la actitud pasota del protagonista pueden sugerir parodia, pero apenas existe burla y la acción se desarrolla de manera convencional; saber de antemano cómo terminarán las peleas tal vez parezca un cambio notable, pero en One Piece también sabemos que Luffy no morirá y los buenos terminarán venciendo. Que exista comedia no implica que estemos ante una parodia, y que el protagonista suponga un giro de tuerca al typical-anime-hero no basta para hablar de deconstruir nada. Al final, lo más importante para One Punch Man es lo de siempre, "que las peleas molen", y, salvando el personaje de Saitama, la diferencia entre la receta de One Punch Man y la de Dragon Ball Z resulta casi inapreciable: vendrá un enemigo más poderoso que el anterior, hará trizas a muchos de los buenos, y aparecerá el héroe para salvar el día. Rinse and repeat. El matiz es que la cosa no va tanto de cómo acabará la pelea, sino de empalmar al espectador con la superioridad de Saitama. Por eso es importante que el mundo no le reconozca, para que así ansiemos el momento en que demuestre sus cualidades ante los demás. El sentido (o espejismo) de progresión existe, solo que en forma de reconocimiento en lugar de poder (un ranking otorga calificaciones y posiciona a los héroes, comenzando el protagonista muy abajo y subiendo poco a poco).


Lo que digo es que, aunque se trate también de una comedia, One Punch Man se sigue primordialmente como anime de acción; su núcleo central son los combates, utiliza secundarios para que pueda existir tensión en las batallas, y cada enfrentamiento está asombrosamente animado para impresionar. Sospecho que su apariencia genera falsas expectativas y (sobre)valoraciones, pero el posible disfrute no viene de ninguna audacia ni vuelta de tuerca, sino de lo mismo de siempre, y quien abogue por lo contrario se engaña a sí mismo. Si One Punch Man es más que solo un shonen, y esto ya es mucho suponer y más conceder, entonces es un post-shonen: en lugar de acontecer durante una etapa de progreso (los tres años de entrenamiento de Saitama), el show reduce lo que hubiese sido su inicio arquetípico a un flashback y da comienzo cuando el protagonista ya no tiene rival ni objetivo. Y encima lo pintan calvo, como si ya no quedasen plátanos que brotarle del cráneo. Vamos, que la trama se sitúa justo después de donde acabaría cualquier otro show del género, y esto lleva a algunas peculiaridades de cierto interés, siendo la más notoria la de abordar la figura del héroe desde una perspectiva revisionista. La serie parece preguntarse qué significa ser el mejor en general y un héroe en particular, proponiendo posibles respuestas que son rebatidas una tras otra. No hay ambición (Genos), calificación (ídem), reconocimiento (Sweet Mask) o actitud (Licence-less Rider) que defina al verdadero héroe o, si queréis verlo en un sentido amplio, al que es superior en algo. Saitama es retratado como un héroe nato ya desde el recuerdo de su primer rescate, y su capacidad escapa a toda etiqueta y preconcepción. Quien realmente es especial, parece el autor decirnos, no es ni el más inteligente, ni el más destacado, ni el más carismático, ni el más conocido, ni el más preparado, ni el que más lo aparenta, ni el que mejores palabras tiene, y ni siquiera el más perfecto, sino el que, por alguna razón que se nos escapa (un don, tal vez), siempre llega más lejos. Y esos pocos no estarán satisfechos con ello, porque por naturaleza queremos lo que no tenemos.


La premisa de la que parte One Punch Man, unida a esto último que comento, puede hacer que uno imagine algo menos plano y convencional de lo que se encuentra finalmente. El sabor de boca que me quedó a mí tras ver el último episodio es el de una serie perfecta para fans de Toriyama acomplejados (o no), y yo no soporto Dragon Ball Z.

Última vez que hablo de anime. Una espinita menos.