martes, 14 de junio de 2016

Batiburrillo Eastwood

Dado el 86 cumpleaños de Clint Eastwood, quisiera compartir algunos pensamientos rápidos acerca de su faceta como director, pues salvo caso excepcional (Oliveira viene a la mente) seguramente le queden pocas películas por delante.


El Eastwood director, como Ford, es inequívocamente norteamericano y conservador pero se presenta ambiguo con frecuencia: admira el ejército pero detesta la guerra, respeta la iglesia pero la critica, quiere a la familia pero antepone amor y lealtad a la sangre, y a menudo se confiesa con prejuicios que él mismo pone en tela de juicio. Igual que Ford, también, cree en la justicia por encima de la ley y usa a tipos duros (normalmente interpretados por él mismo) como modelo de individualismo, porque si tuviésemos que definir a Clint con un adjetivo ese sería el de individualista.

Curiosamente, esta ambigüedad no es exclusiva de sus ideas sino que la acarrea también su estilo, algo notorio sobre todo en sus westerns, que encuentro particularmente interesantes y en cierta forma únicos en la historia del cine. Además de haber sido realizados en un período en que el género se encontraba difunto, los westerns de Clint son los únicos que conozco en que el director interpreta siempre al protagonista (John Wayne dirigió y protagonizó El Álamo, por ejemplo, pero se quedó la cosa en una película), y en ellos destaca una extraña mezcla de clasicismo y spaghetti; Eastwood es un actor californiano que interpretó papeles en westerns americanos e italianos y que, como consecuencia, ha bebido de ambos enfoques a la hora de realizar sus películas. Las tempranas Infierno de cobardes y El fuera de la ley son cintas sobre la venganza, siendo la primera una obra de auténtico misántropo y la más desagradable de su filmografía, y la segunda un acercamiento al valor de la lealtad. El jinete pálido, un remake de Raíces profundas (1953), y Sin perdón, una revisión sombría de la figura del pistolero, vienen a continuación y mejoran lo visto en las dos anteriores, aún abordando la venganza pero difuminándola entre otros temas que se añaden a la ecuación. El común de estos cuatro filmes reside en una mitificación de la figura del jinete solitario (Sin Perdón inclusive, pese a su mayor ambigüedad) y suponen el súmmum del individualismo de su director: el mundo es injusto y la gente cruel, ergo, uno mismo tiene que impartir su justicia (y ahí es donde entra la violencia). Esto es, en esencia, una simplificación más o menos consciente de la cultura y el pensamiento norteamericanos más profundos: de ahí vienen el sueño americano, los cincuenta estados, la tradición de poseer armas de fuego, etc. La influencia del spaghetti western es, en cambio, meramente estética, y se aprecia sobre todo en la estilización de la violencia y el retrato de los personajes.


Esta combinación de lo clásico (western americano) y lo moderno (spaghetti western) también se aprecia, aunque menos notoriamente, en el resto de su filmografía, que tan fácil baila entre policíacos deudores del cine moderno (El principiante, Poder absoluto, Deuda de sangre, etc.) y dramas lo suficientemente clásicos como para abrazar el melodrama (Un mundo perfecto, Million Dollar BabyGran Torino, etc.).

Eastwood es, por supuesto, mucho más que solo esto, y también más que su conocida pasión por la música y su no menos famosa afición a soltar frases en clave de sentencia, y ha demostrado vez sí y vez también tener las agallas y la capacidad de arriesgarse con géneros poco afines a su estilo (ciencia ficción, romance) y atreverse con diversas estructuras narrativas (Bird, Más allá de la vida, El francotirador, etc.). Entre las películas que he visto, considero Los puentes de Madison y Million Dollar Baby como sus dos obras mayores, seguidas de un puñado de seis o siete más, entre las que se encuentran las injustamente olvidadas El aventurero de medianoche, Cazador blanco, corazón negro, y Space Cowboys, la más infravalorada y divertida de cuantas he podido ver en su filmografía. Dentro de sus fracasos, que son también numerosos, recomiendo evitar a toda costa Invictus, quizá su trabajo más indigno.


Con Clint en la posible recta final de su carrera, el cine norteamericano está a punto de quedarse huérfano de su último representante clásico y gravemente herido por la pérdida de uno de los últimos grandes directores consistentes que le quedan. Hace décadas que el mejor cine del mundo se hace, casi siempre, fuera de las fronteras del país que dio vida a Hollywood. Clint es uno de los motivos de ese "casi".