sábado, 25 de noviembre de 2017

Butterfly Soup - Que el pasado que no tuviste sea el futuro de quienes están por venir

Tengo una noticia buena y una mala. La buena es que la felicidad existe, la mala es que se experimenta en pasado.

En Quadrilateral Cowboy controlamos a una especie de espía hacker en un universo imaginario de motos voladoras y discos de vinilo. Sacamos nuestro portátil, lo enchufamos a la corriente, y de pronto estamos colándonos in extremis en el edificio más protegido, valiéndonos de agilidad e intelecto para entrar y salir de una pieza. En ese proceso de infiltración se desarrolla casi la totalidad del título, con apenas breves momentos de descanso que sirven de interludio entre misiones: pasar los ratos muertos en el garaje con nuestro equipo, recoger a una compañera por su casa, montar juntas en moto, etc. Llegado el final, tomamos control del personaje por última vez para volver a nuestra vieja habitación. Una vez allí, nos paramos frente al espejo y ocurre una revelación: el reflejo devuelve un rostro envejecido. Quadrilateral Cowboy no es un videojuego sobre infiltración o hackeo o programación, aunque eso sea casi todo lo que hacemos en él, sino sobre cómo lo especial de los momentos es compartirlos y cómo el paso del tiempo nos lo enseña por las malas. Terminado el juego, lo que uno recuerda son aquellos interludios, esos ratitos fugaces aparentemente irrelevantes en que estábamos las tres juntas, da igual si trabajando o matando el tiempo. Lo importante no son los hackeos, sino los compañeros. No es lo que haces, sino con quién lo haces.

Quadrilateral Cowboy entiende que la felicidad se experimenta en pasado, y que uno llega a ella a través de un objeto, de una foto, de un espejo.

Butterfly Soup es igual que Quadrilateral Cowboy. Vale, en realidad no se parece ni en lo blanco del ojo, pero entiende que es la gente que conoces lo que tiñe de felicidad aquello que haces, sea hackear sistemas o jugar a béisbol (o lo que sea). Esta escueta novela visual semianimesca sobre un grupo de pubertos peleándose, haciendo el chorra y jugando béisbol es la fantasía de una adolescencia normal para quienes no experimentan esa felicidad cuando miran atrás. Es, por tanto, una fantasía adulta, aunque la protagonicen niñas adolescentes. Bueno, es adolescente también, un primer vistazo basta para relacionarla al típico anime de escuela y otras novelas visuales semejantes: es igual de simple, a menudo boba, con no pocos pensamientos en voz alta y el mismo sentido del humor, pero prescinde de monstruos y poderes y demás morralla sobrenatural, y no necesita metas ni misterios ni un talento para el prota que nos haga sentir especiales. El título va al grano, es sincero desde el vamos y viene abierto en canal, sin ornamentos. "A game about gay girls playing baseball and falling in love."

Si eres de los que ha arqueado una ceja, espera, que la cosa también va contigo. No importa si no eres chica ni gay ni inmigrante, lo que importa es que, igual que las chavalas de este cuento, te hayas sentido fuera de lugar alguna vez durante esa etapa de tu vida. Puede que te gustasen los cómics, o los videojuegos, o que simplemente fueras introvertido. Y así, de pronto, ya tienes algo en común con unas adolescentes asiáticas gays de Estados Unidos, para poder vivir a través de ellas aquello que anhelas tener por recuerdos. La fantasía aquí es la de divertirte, hacer travesuras y tener un primer amor correspondido, todo ello rodeado de amigos que te quieren. La parte que vais a identificar como vuestra es la fuerte unión que surge de compartir algo que te separa del resto.

Dicho lo dicho, parece mentira que Butterfly Soup sea, además, la propuesta política más afilada de su año. Nadie pensaría que una novela visual, sobre todo una de estas características, podría constituir un argumento político tan tajante, pero su desparpajo es tan contagioso y su lenguaje tan abiertamente generacional que, en el contexto del momento que vivimos, la obra funciona como un acto de resistencia. Mientras Occidente se enfrenta ideológicamente y tensa los límites, cada vez más cerca de estallar, y mientras unos pretenden que las cosas nunca cambien y que el mundo permanezca como ellos lo vivieron, estas cuatro chicas ya son. Ya están jugando, riendo, enamorándose y creciendo. Y la verdad tan aplastante de esas imágenes, de esas niñas experimentando la adolescencia en libertad y felizmente, constata la inevitabilidad del (tan temido por tantos) cambio. De ahí la fuerza política del relato: ya no es opinión, es realidad aconteciendo. Da igual lo que algunos refunfuñen, el futuro está sucediendo. Ya estamos ahí.

Aunque muy modesta, Butterfly Soup es cálida y transparente e inconscientemente radical, más de lo que uno puede decir de casi cualquier relato que nos cuentan en videojuego alguno. En contraposición a la pretensión intelectualoide y ultrarrepetitiva (casi 100 horas) de Persona 5, la gran adolescentada animesca del año pasado, este pseudoanime interactivo te costará menos de 300 minutos y estará dándote algo honesto y personal a cambio. Y quizá, puede ser, un poquito de felicidad.