lunes, 21 de diciembre de 2015

Un apunte sobre The Force Awakens y Star Wars

Ayer fui al cine a ver la nueva de Star Wars. Entramos en la sala, nos sentamos, vimos la publicidad pasar y, finalmente, las estrellas anunciaron el comienzo. Sonó la inconfundible melodía y las icónicas letras amarillas se alejaron por el espacio. En ese momento noté, o más bien recordé, que me hallaba ante un fenómeno cultural; sentí que estaba formando parte de algo importante, de un momento en el tiempo. Esa sensación duró lo que la introducción y se desvaneció al empezar la película.



Creo que esto resume bastante bien lo que significa Star Wars: un fenómeno por encima de sus obras. Un icono, un recuerdo. Un universo que ha traspasado sus películas y se ha convertido en cultura popular, que ya es parte del imaginario colectivo. Y, sin embargo, lo indecible: las películas no son tan buenas. A estas alturas la afirmación no debería sonar controvertida, pero fue tal el impacto de la trilogía original y se ha expandido tanto y de tantas formas que cualquier crítica sigue despertando airadas reacciones contrarias.

Star Wars es, en realidad, un producto de su tiempo y un objeto idealizado por la nostalgia y mitificado por un estatus icónico. Star Wars es especial porque su primera película salió en 1977, no por su calidad cinematográfica. Es recordada y supuso lo que supuso por muchos factores que se me escapan, pero sobre todo porque cuenta historias extremadamente simples y clásicas (el bien contra el mal, el camino del guerrero, etc.) ensanchadas a una escala que hasta entonces no se había visto en pantalla. Ahora los conflictos eran intergalácticos, y eso lo magnifica todo. Lo que ocurre se siente más épico y más importante, más grande; eso sí, siempre con la ligereza suficiente como para evitar grandilocuencias y atraer a toda la familia. Y el remate lo da un enfoque fantástico tan imaginativo como carente de lógica. En resumen: imaginad a un niño, sobre todo a un niño en 1977, que va un día al cine y se encuentra con peleas de sables láser, con graciosetes robots parlanchines, con batallas de naves espaciales y vuelos a la velocidad de la luz, con extraterrestres tocando música en tabernas, con un poderoso antagonista sin rostro y voz de ultratumba, con una infiltración en la base enemiga y con tantísimas cosas más que ocurren en la primera película, todas permeadas de un tono liviano y accesible repleto de acción y aventuras. ¿Cómo reacciona un niño (cuya percepción de la complejidad es prácticamente inexistente, pero poseedor de una imaginación capaz de volar libre de prejuicios) a esto? Os podéis imaginar. Da igual que la película sea cutre, que los actores estén tirando a regular, que el guion tenga más agujeros que un queso, que el universo construido no tenga ni pies ni cabeza o que la acción dramática vaya a trompicones y nunca tenga tiempo de desarrollarse. El niño, al salir de la sala, estará flipando.



Y todo esto me lleva, de nuevo, a The Force Awakens.

The Force Awakens es una película que juega sobre seguro, adaptada a los tiempos que corren y decidida a seguir pasito a pasito la senda ya caminada por la saga de Lucas, desde los incontables guiños y referencias hasta la propia estructura narrativa. Es una película correcta, más de lo que yo esperaba, pero insulsa y olvidable, que no inventa ni imagina. Gustará más al público común y menos al fan acérrimo. Está más dramatizada que la trilogía original (desconozco la trilogía precuela, con ella no puedo comparar) y se enfoca más en sus personajes que en su universo. Está repleta de acción y humor, como no podía ser de otra forma, y podría rascar cosas buenas aquí y cosas malas allá, pero no escribo esto como crítica del filme. A lo que voy es a lo siguiente: da igual qué hagan con las nuevas películas y qué tan buenas puedan ser. El nombre de Star Wars lleva consigo el estigma del después de, el estigma de competir con algo que ha excedido su valor intrínsecamente cinematográfico y que juega con las expectativas de lo idealizado. Ninguna película nueva de Star Wars va a superar a las películas viejas de Star Wars, o al menos a las dos primeras, porque lo que Star Wars significa hoy no es una mejor o peor serie de películas, sino una aventura imaginativa desarrollada en un universo único e incomparable que no habíamos visto antes; una vez conocido ese universo y establecidas sus normas, la chispa del asombro y la maravilla se apagan para siempre. Podría hacerse una película más lograda que cualquiera de las existentes, pero nunca significará la mitad ni causará un impacto comparable. Nada que se ruede bajo el nombre de esta franquicia legendaria podrá superar sus inicios porque, sencillamente, Star Wars ya existe y no estamos a finales de los 70. Y los fans seguirán consumiendo lo nuevo en pos de revivir esas sensaciones fruto de la primera vez, alimentándose de sentimientos ajenos a las películas, pero para experimentar esas sensaciones hay que vivirlas por primera vez, y eso, con lo conocido, no se puede. No descarto una película que supere a las originales, pero su efecto nunca rivalizará con el de aquellas.

The Force Awakens no está a la altura de la trilogía original (de las dos primeras, al menos), pero no anda lejos. Ni las originales son tan buenas ni la nueva es tan decepcionante. Como películas para niños que son, buena parte de su significado se lo damos nosotros al envejecer, y contra lo idealizado no se puede competir. El fan de Star Wars que espere una nueva revelación tendrá que buscar en otra parte.