domingo, 18 de marzo de 2018

Golf Story - It's a golf, golf world

Enseguida reminiscente a RPGs japoneses de principios de los 90, Golf Story comienza con su protagonista levantándose de la cama para salir a recorrer un colorido y pixelado mundo en perspectiva cenital, subiendo niveles y conociendo gente por el camino. El giro es que donde usualmente lanzamos hechizos y blandimos espadas, sea por turnos o a tiempo real, aquí practicamos golf (que es por turnos y a tiempo real). Esta premisa, poco común por usar un deporte para desarrollar una historia en un mundo fantástico, cobra sentido en cuanto vemos cómo su mezcla de géneros da lugar a una simbiosis: el mundo se nutre del golf y el golf del mundo.

El golf se nutre del mundo porque podemos efectuar un tiro cuando y donde queramos. Lo especial de esta acción es que, pudiendo arrojar la bola en cualquier parte para golpearla en cualquier dirección, pasamos a leer el entorno en clave de golf. Viento, piedras, árboles y lagos dejan de ser una parte del decorado para convertirse en posibles obstáculos a superar (o de los que valerse). En Golf Story, el mundo que nos rodea es uno con el que nos relacionamos a través de un palo y una pelota del mismo modo que el de Tony Hawk's Pro Skater, por ejemplo, es uno con el que nos relacionamos a través de un monopatín. Esto es un videojuego y aquí no hay campos de golf: el mundo es el campo de golf.

De igual modo, el mundo se nutre del golf porque sus circuitos (la parte de competición del juego, a nueve hoyos en lugar de dieciocho) contienen los elementos característicos de cada sitio en que se encuentran. Si visitamos una playa, su circuito estará repleto de islotes de arena en mitad del mar; si paramos por una montaña, serán de esperar fuerte viento cambiante y relieves pronunciados. Así, los hoyos ya no son los monótonos planos verdes de siempre, sino que varían de múltiples formas y, gracias a la fantasía del título, se permiten toda clase de incongruencias en pos de mayor variedad. En ellos intervienen numerosos lagos y búnkers y greens, como siempre, pero también topos y pájaros que mueven la pelota, tortugas marinas cuyos caparazones sirven de trampolines entre islotes, y calabazas que hacen de incómodos muelles en los que rebotan nuestros tiros. Incluso llegamos a jugar sobre hielo, con el deslizamiento que ello conlleva.

Golf Story, en definitiva, se vale de la creatividad del escenario para expandir las posibilidades del deporte. El título dota al golf de un nuevo enfoque sumando al factor precisión uno de exploración, y le otorga mayor sofisticación incrementando el número de variables posibles. Como consecuencia, lo que solemos percibir como un deporte predecible (¿monótono?) es reconvertido, desde una óptica estrictamente videojueguil, en una actividad rebosante de sorpresa, comicidad e ingenio.

Pero el juego, en lugar de explotar al máximo estas cualidades, las deja existir brevemente en su mundo para centrarse en contar una historia infantil y rellenar sus lugares de tareas por miedo a quedar vacío y aburrir al jugador. Es el viejo ansia por contenido tan común en secuelas, que creen (equivocadamente) la calidad de los videojuegos directamente proporcional a la cantidad de opciones disponibles y cosas por hacer. Así, entre una cosa y otra, el tiempo en que de verdad exploramos swing mediante o nos regocijamos en la creatividad de ese golf fantástico se diluye en un mar de recados insulsos y diálogos sin chicha. Correr de un lado a otro o buscar objetos bajo tierra, además de tener que hacer de correveydile forzosamente en numerosas ocasiones, son actividades que ocupan cerca de la mitad del tiempo de juego y que terminan por manchar los hallazgos alcanzados.

El placer del golf en los videojuegos es uno relacionado con el suspense. El cálculo previo en función de múltiples variables y el observar posterior de sus consecuencias: cómo la bola se desvía por el viento, cómo se inclina por una pendiente, cómo frena en superficies blandas o cómo bota poco a poco hasta caminar rasa. Existe una incertidumbre que ocurre desde el momento en que ejecutamos el golpe hasta que la bola se detiene finalmente. De ahí el éxito de Angry Birds, un pseudogolf híper simplificado de consecuencias en cadena.

Golf Story erige un mundo por y para el golf que el jugador explora a través de una pelota, como si se tratase de una aventura. Esa es su mayor baza. Es una lástima, pues, que el título de Sidebar Games no haya ido más lejos en esa dirección y que las numerosas convenciones de género que arrastra lastren una propuesta a todas luces transgresora. Afortunadamente, su brillo todavía reluce en aquellos momentos en que practicamos golf, en que dejamos caer la pelota en cualquier parte y nos preguntamos qué pasará si apuntamos aquí o allí, si ese furgón no podría valernos de pared o aquella tortuga servirnos de atajo al banderín. Y aunque sea solo por eso y a costa de lo demás, el título sobrevive a la losa de sus convenciones.

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