domingo, 28 de noviembre de 2021

Axiom Verge 2 - ¿Zeldavania?

El primer Axiom Verge era Metroid: pasadizos interconectados recubiertos de ambientación alienígena. Pero dos años después, en 2017, ocurrió ese terremoto de nombre Breath of the Wild y, casualmente o no, Axiom Verge 2 (2021) vino a desprenderse en gran medida de sus cadenas metroidianas en pos de un diseño que favoreciese la sensación de mundo, de existir en un lugar. Abandonados quedan los pasadizos cerrados y divididos más videojueguiles de la primera entrega para ofrecer entornos más abiertos o espaciosos o intrincados, siempre relativos en diseño a su orografía y arquitectura. En lugar de abstracción alienígena, sitios concretos: ruinas, montañas, playa, asentamientos, lo que se quiera. Lugares más variopintos, no solo en ambientación sino en navegación, unidos como parte de un todo. El entorno ya no se divide por salas y la separación entre áreas no existe o no es tajante. El mapa es el mundo, y el mundo es un solo área heterogénea: al sur costa, al norte montaña, aquí un laboratorio y allá una fortaleza. Todavía predomina la estructura metroidvania, claro, pero la secuencia es más abierta, menos pasando de un área a otra y más moviéndonos a través de las distintas localizaciones de un lugar, sin tubos que hagan de puerta entre pantallas.

Igual que en Breath of the Wild, también, atravesamos un entorno habitado y custodiado por criaturas mecánicas de otro tiempo: máquinas centinela de toda clase en permanente funcionamiento, los restos tecnológicos de una civilización extinta defendiendo para siempre algo que ya no existe. Unas se camuflan y acechan, otras patrullan, otras simplemente esperan, están. La función para la que fueron programadas y que siguen cumpliendo ad eternum. Y estas criaturas, a efectos prácticos los enemigos, siguen la misma máxima de diseño que el entorno: sensación de lugar. No son obstáculos diseñados para ser despachados por tus armas (o no tanto), sino seres de un mundo, que existen en él. No están puestos ahí para tu satisfacción. El juego te da un bumerán (Zelda) y un pico (¿Minecraft?), no una pistola y una espada. Y cuando te topas con enemigos el enfrentamiento tiende a ser sucio, costoso, poco óptimo y como consecuencia, dios del buen diseño ten piedad, incómodo. Las sensaciones al combatir desde luego no son lo que uno espera de un videojuego de acción. De hecho, lo que uno buscará a menudo es evitar el enfrentamiento, pero claro, ahí es cuando toca preguntarse si acaso no va eso más acorde con el hecho de hallarse en un lugar desconocido custodiado por máquinas cuyo objetivo es eliminar toda forma de vida. Yo digo que sí, y que bravo por la decisión. Para muchos jugadores esta forma de abordar el combate supondrá un desconcierto, pero no para mí: no quiero sumergirme en un nuevo universo y que las reglas por las que se rija sean exactamente las mismas que las de los demás, estoy cansado de adentrarme en mundos y que todo se sienta y acontezca tal cual lo espero. Qué aburrido y anodino, qué desafilado y poco evocador. De los videojuegos quiero sabor, no anestesia. Y por eso los jefes son una queja común del juego mientras yo los veo un acierto: unas pocas criaturas mecánicas enormes sueltas por el mundo, vagando o escondidas o encerradas, igual que todas las demás. Sin melodía propia, sin patrones de ataque a memorizar, sin clímax. Sin siquiera la necesidad de hacerles frente como jugador. En otras palabras, no son jefes.

La sensación resultante de la suma de todas estas decisiones de diseño es que el mundo al que llegamos lleva mucho tiempo ahí, existiendo independientemente de nosotros, y que tiene una historia. Algo pasó en él. Nosotros somos los visitantes, los extraños, y así debe reflejarse también a nivel interactivo. Será menos divertido combatir, o se sentirá "raro", pero yo terminé la partida intrigado por muchas de las cosas que había visto, dándoles vueltas e intentando atar cabos. El juego todavía vive en mi cabeza.

Pero bueno, no significa esto que se haya dejado de lado el diseño más directo de la primera entrega. De hecho, la navegación más "arcadosa" del título original ha permanecido, solo que parcialmente. Como si Breath of the Wild no fuese suficiente, Axiom Verge 2 parece recurrir a A Link to the Past como fuente de inspiración, y es que resulta que el videojuego tiene no uno, sino dos mundos. Claro, la trama del primer Axiom Verge tenía que ver con universos paralelos y brechas entre mundos y de algún modo viajar entre ellos, así que resulta hasta lógico que Axiom Verge 2 traslade el concepto al apartado jugable. Pues nada, he aquí un mapa paralelo a la A Link to the Past, a cachos coincidente y divergente con el principal, que atravesaremos para llegar a lugares fuera de nuestro alcance físico. Moviéndonos entre una y otra dimensión a través de brechas varias, buscando desde qué punto concreto de un sitio deberemos acceder a su contraparte para poder alcanzar un nuevo objetivo, exprimimos la geografía de tal forma que acabamos dándonos cuenta: tal vez sea esta la evolución más lograda de aquel Dark World de 1991. Toda una segunda capa jugable para dar complejidad a la navegación del mundo. Con otra estética, desde otro punto de vista y a través de una orografía más estrecha con un planteamiento más arcadoso. En efecto, el rastro del primer Axiom Verge. De diseño y planteamiento distintos a los del mapa principal y, sin embargo, coherente, pues el viaje entre dimensiones debe percibirse también a los mandos. Cambio de mundo, cambio de cuerpo. Para quienes echasen de menos esa navegación más directa y esa acción más limpia.

Con todo pintado así de bonito, peores llegan las malas noticias: la navegación se viene abajo progresivamente. Aunque me guste la dirección que ha tomado esta segunda entrega, debo reconocer que el resultado es irregular. Al cabo de unas horas de partida, ya con mejoras adquiridas, más vida y nuevas armas, la tensión y el cuidado al avanzar empiezan a desaparecer. Obtenemos la ventaja en la distancia respecto a los enemigos, los aguantamos sin problemas y aniquilamos más fácil y rápidamente. Esto, sumado a la nula penalización por muerte, la abundancia de puntos de salvado (que usamos para curarnos) y la posibilidad de viajar entre ellos, banaliza la navegación. A partir de la mitad del juego, más o menos, recorrer el mapa se vuelve tarea casi insustancial. Ir de un sitio a otro queda en poco más que mero trámite, salvedad del empleo de brechas para viajar entre mundos. Al final, ese entorno incómodo y extraño se vuelve cómodo y familiar, como el de un metroidvania cualquiera. Así, el deterioro de la navegación y la suma de otros pequeños detalles, entre ellos el permanecer tan aguerrido a la fórmula metroidvania, lastran parcialmente un título muy elogiable que, pese a todo, encuentro mucho más interesante y esperanzador de cara al futuro que su primera parte. Eso si Tom (el autor) no se amedrenta tras la recepción negativa de una parte importante de quienes están jugando su título, sobre todo fans de la primera entrega. De haber tercer videojuego, Axiom Verge o no, estoy seguro de que será aún mejor. Este señor ha mejorado mucho.



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