lunes, 26 de septiembre de 2016

Acerca de puntuar videojuegos

Como dentro del maltrecho panorama de la crítica videojueguil los números parecen contar tanto (siempre bien grandes y a menudo con fondo de color, no vaya a ser), algunos se apresuran a señalarlos como uno de los grandes males del sector. Es una actitud comprensible, pero la premisa de la que parte (puntuar es un problema en sí mismo) me parece discutible, y la conclusión a la que llega (eliminar las notas lo soluciona) equivocada. Eurogamer ya no pone nota y en la página seguimos leyendo las mismas banalidades de siempre; Tom Chick puntúa de una a cinco estrellas y cada una de sus reseñas es incisiva y relevante. Poner nota no supone un problema, que estas estén tan infladas y apenas exista discrepancia sí, pero ello no es más que un reflejo de tres grandes pecados: la glorificación del apartado técnico, la falta de rigor analítico y la excesiva condescendencia. Estos son los principales males de los que adolece la crítica de videojuegos y lo que conforma el verdadero problema. Suprimid las puntuaciones y seguirán ahí.

Un argumento esgrimido para defender la supresión de las notas es que, de hacerlo, el usuario se vería tentado a leer. Esto es irrelevante y nada tiene que ver con el ejercicio crítico: el rechazo a la lectura no es asunto del que escribe, sino del que lee. Además, la suposición de la que parte me parece utópica: quien no quiera leer no leerá, con o sin la dichosa cifra. Otro argumento sostiene que las notas se han convertido en una herramienta publicitaria y que las grandes compañías tienen cierto poder sobre ellas, algo que devalúa y desprestigia la crítica. Este es más convincente, pero nos devuelve al punto del párrafo anterior: eliminar las notas no corrige el problema de fondo, el verdaderamente grave. Todavía existe miedo a decir alto y claro "esto no me ha gustado", todavía se asume que el diseño es de calidad si introduce mecánicas sin palabras, y todavía parecen contar más la tasa de imágenes por segundo y el despliegue gráfico que la forma de expresión. Dejar o quitar las notas es secundario, reformular el contenido (la mirada) fundamental.

lunes, 19 de septiembre de 2016

La noche insomne de Neil Young

El último de su trilogía de la desdicha (o de la desesperanza, o como quiera llamársele) es el disco más pesimista de cuantos ha compuesto Neil Young. Nada había en el agridulce y melancólico Harvest (1972) (tal vez The Needle and the Damage Done) que hiciera presagiar el agujero hacia el que se precipitaría a continuación, primero cometiendo suicidio comercial con Time Fades Away (1973), disco denso en que se despoja de la dulzura y los hits para grabar en directo lamentos personales relacionados con la fama, y después fingiendo optimismo al final del túnel con el muy deprimente On the Beach (1974) ("Good times are comin'/I hear it everywhere I go/Good times are comin'/But they sure are comin' slow."). Pero si ya era acusado el declive anímico tras estos dos trabajos, el cierre de la trilogía vendría a cristalizar los fantasmas de un Neil por aquel entonces sumido en la más absoluta miseria emocional.


Tonight's the Night (1975) es un álbum contenido de fantasmas del pasado, 45 minutos de sentimiento de culpa y sufrimiento por la pérdida. Ni siquiera se permite el color en su portada, en la que Young aparece rodeado de oscuridad y esconde sus ojos tras gafas de sol. Neil, que ya se encontraba sumergido en una vorágine de alcohol y drogas, debe afrontar la repentina muerte de dos de sus mejores amigos (Bruce Berry y Danny Whitten, recientemente fallecidos por sobredosis), tragedia de la que, para colmo, se siente directamente responsable. Tonight's the Night es la canalización de semejante cóctel autodestructivo a formato long play.

Conceptualmente, el disco es un recorrido a través de la memoria y el arrepentimiento en una de esas noches en las que el dolor no deja dormir. Comienzo y final son dos versiones de la pieza que da nombre al disco, sugiriendo así que todo lo contenido entre ellas es una pequeña parte de esa interminable noche (noches, en realidad) de angustia, y que una vez acabada la música queda todo el dolor nunca expresado en canciones. Canciones que aquí representan pensamientos y recuerdos, de modo que cortes tristes y alegres duelen por igual, los primeros por su naturaleza deprimente y los segundos por hacernos cobrar conciencia de lo irreparable de lo perdido (Come on Baby Let's Go Downtown, por ejemplo, es un tema upbeat en que Young comparte voz con el ya difunto Whitten). La música brilla por la delicadeza de su instrumentación y la desnudez emocional de Neil, que está desgarradoramente vulnerable hasta el punto de confesar un plagio que no lo es tanto ("I'm singin' this borrowed tune/I took from the Rolling Stones/Alone in this empty room/Too wasted to write my own."), de desafinar forzando la voz ("Ain't got nothing on those/Feelings that I had."), o hasta de perderla en una súplica desesperada ("Please take my advice/Please take my advice/Open up your tired eyes/Open up your tired eyes."). Nunca había estado el músico en tan mal estado y nunca había sido tan transparente al respecto, algo que dice mucho viniendo de un artista tan íntimo y romántico.


Reducido a unos cuantos adjetivos que me ayuden a resumirlo, Tonight's the Night es honesto, amargo, frágil y extremo sin ser nunca lúgubre, gráfico, excesivo ni desagradable. Es el trabajo musical que mejor encapsula el sentir de su década, unos 70 resacosos de optimismo hippy, y el techo artístico de Neil Young, el mayor romántico de la historia del rock.

Veinte años después le tocaría lidiar con que Cobain le citase en su nota de suicidio, por si se le había pasado el trauma.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Veinte temazos videojueguiles

Serie de recopilatorios de música videojueguil.
Veinte canciones por vídeo, sin repetir sagas.

Volumen 1

Volumen 2

Volumen 3

Volumen 4

Volumen 5